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Treinta Días Muriendo (PARTE 3)


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Nina se quedó dormida por el efecto de los calmantes, y Carlos se sentó frente a su computador, en su sillón negro bastante acolchado que compró con la intención de estar cómodo durante las casi doce horas diarias que pasaba frente al monitor de cuarenta y dos pulgadas. Trabajaba como diseñador de interiores; tan sólo dos años atrás se había graduado como arquitecto en una Universidad de Toronto, EEUU. A su regreso a “Villa de Cisnes” se reencontró con Nina; aquella desenvuelta joven de diecisiete años, que había sido su mejor a amiga desde la escuela, a quién no vió ni una vez durante aquellos cinco años de estudios.

Ella ya no era una adolescente, sino una mujer con poder de decisión, emprendimiento, y con gran fuerza espiritual, la cual Carlos percibió de cerca cuando recién llegado la vio afrontar el accidente automovilístico que le quitó a sus padres.

Nina y él, pensaron que su amor era una mejor versión del amor de los protagonistas de su película favorita: «A Walk To Remember«, sin concebir nunca la idea de que el final de ellos podría ser tan similar al de aquella triste historia.

«Quedarnos internados en estás paredes no garantiza nada», musitó Carlos. «Podría ocurrir cualquier desastre estando aquí. Un incendio, una explosión, un derrumbe. Tal vez la muerte destruiría el edificio entero, si así pudiese capturar el alma de Nina».

Después de unos clics, ubicó satelitalmente el local de Larry. Tenían que transitar cinco cuadras para llegar allí. La tienda quedaba diagonal a un edificio en construcción, frente a un centro comercial de dos pisos minados de personas. Una cuadra después de la tienda una iglesia baptista, de mediano tamaño conocida por la numerosa cantidad de fieles. Debían ir con los sentidos atentos, a la espera del siguiente enfrentamiento.

****

Bajaron cautelosamente las escaleras, hasta la puerta de salida del edificio; habían decidido que el ascensor era potencialmente peligroso, así que evitarían subir en el durante todo el mes. Afuera las sombras comenzaron a cubrir las calles y las iluminaciones intentaban contrarrestarlas luchando entre sí.

El animado tránsito los inquietó pero no los detuvo. Se tomaron de la mano y caminaron como si cada paso fuera un misterio.

Nina dudo de lo que veía. Comenzó a sentir las personas que pasaban a su lado empezaban a parecerles amenazadoras, y sus miradas filosas no dejaban de atravesarla. Un bebé, una anciana con bastón en mano, y hasta un policía en bicicleta. Apretó con más fuerza el brazo de Carlos y agilizaron la marcha.

Dos cuadras más adelante desde un sombrío callejón salió repentinamente un hombre harapiento que se abalanzó sobre Nina. Era de edad media, vestía una casaca marrón cubriéndole la cabeza y jean rotos, muy desgastados. Olía como un animal peludo mojado y puesto al sol por un breve momento. La agarró por el brazo y le susurró muy cerca del oído: «Ayúdame». Nina palideció, muda e impotente. Su novio le separó al hombre sus manos del brazo de ella, y le dió empujones hasta alejarlo. El hombre se escurrió entre la oscuridad del callejón.

—¡Pobre desquiciado! ¿Estás bien?

Prosiguieron caminando sin pausa.

—Sí, estoy bien —dijo mientras se acomodaba el suéter de lana, color rojo, que traía puesto—. Que susto me dio ¿Crees que iba a matarme? No le vi cuchillo, ni armas. Tuvo la oportunidad, estuvo muy cerca de mí cuello.

—Creo que no intentó matarte, en su rostro solo había un enorme desesperación. Tal vez por comprarse sus drogas.

La luz roja del paso peatonal los detuvo en la tercera cuadra, antes de cruzar la calle hacia la siguiente, como si se confabulara con La Muerte para que ocurriera lo que estaba por venir.


Ver también:

2 respuestas a “Treinta Días Muriendo (PARTE 3)

  1. Pobre Nina vale, esta sufriendo una crisis de panico y se obsesiona con la idea de todo se confabula contra ella. Si en verdad quiere relajarse y tener una vida normal, tiene que romper ese contrato con la muerte y entregarse a jesus que es la verdadera salvacion y la vida.

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