Un par de citas tuvieron Henry y Tatiana antes de que él la invitara a su casa, aquella siniestra noche, para ver una película. Se habían conocido en un concierto del “Mago de Oz”, mientras agitaban sus cabezas bajo las estridentes guitarras. Henry se acercó a ella tocándole el trasero con su rodilla, a lo que ella reaccionó con una sonrisa «Qué manera de llamar mi atención» le dijo, y él respondió «A veces hay que arriesgarse cuando se quiere conocer a una guapa como tú».
Tenían en común el negro, el rock y los cigarrillos; ello les pareció suficiente para comenzar a salir. Llevaban dos semanas de conversaciones interminables a través de la mensajería instantánea y Facebook. Él se mostraba galante y atento, por lo que Tatiana nunca sospechó que él guardase un oscuro secreto.
A terminar de ver la película él subió al baño, ubicado en la planta superior de la casa; y ella decidió buscar hielo para sus bebidas, así que se dirigió a la cocina, pero en la nevera no había. Al lado de la nevera estaba un refrigerador grande, de color blanco, en el que ella asumió si tenía que haber hielo. Alzó la pesada tapa y ahogó un grito entre sus manos, paralizándose por varios segundos, en los que por su cabeza solo pasaron ideas retorcidas que la estaban dejando tan fría como lo que había ante sus ojos. Respiró buscando aire, e introdujo su mano derecha para apartar los cubitos de hielo de encima de lo que parecía el hombro de un cadáver, «quizás no es real» pensó. Henry era un bromista de oficio, con un humor negro que a ella la mataba de risa. Palpó con sus dedos y no le quedaron dudas «Cielos ¡Oh Dios mío!».
Registró los bolsillos de su chaqueta pero no traía el teléfono. Estaría en el sofá o tal vez lo tendría Henry como parte de su plan para evitar que pidiera ayuda. De pronto escuchó los tacones de las botas de Henry chocando con la madera de las escaleras, tenuemente, como pasos de un anciano. Corriendo en silencio, abrió una puerta que estaba en la cocina, era la del sótano; entró y se encerró allí. La oscuridad la envolvió, y a tientas bajó hasta el final de la escalera.
Las botas ahora resonaban en el mármol de la cocina. «Tati ¿dónde estás mi hermosa?» preguntó él con voz extremadamente cariñosa. Miró el refrigerador abierto y caminó por todo el espacio. «Veo que descubriste los restos de mi anterior novia». Estiró su cuello de un lado a otro, crujiéndole «Quería que lo nuestro durará más, pero lo arruinaste. Ahora tendré que terminar contigo. Literalmente Tati».
Ella miraba la sombra de él sobre la luz que pasaba por debajo de la puerta. Temblaba. Su visibilidad había aclarado, así que lograba ver la silueta de los objetos. Pero hubiese sido mejor que no. Con horror distinguió que sobre una mesa había una sierra, y al lado un juego de cuchillos ordenados en una bandeja. Recordó que nadie sabía que estaba allí. Y Henry irrumpió de un golpe para cumplir su palabra.