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Relato: Entre mi almohada y yo


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Hundir la cabeza sobre mi almohada de plumas de ganso, mientras mi cuello es abrazado por la suave seda, es un tiempo de relajación interior. Para mí funciona igual que para los que escriben en un diario.

Las últimas semanas han sido pesadas y largas. Hoy sentí que tenía como un alfiler clavado en el trasero desde que desperté. ¡Tenía que ser lunes!

En el colegio presenté tres evaluaciones para las que no había estudiado. Pero ¡Hey! Tampoco me juzgues, tengo mis buenas razones ¿En qué tiempo estudiaría? todo el fin de semana estuve entre mis dos empleos extras, y mi mamá.

El sábado fui la cuidadora de dos cachorros revoltosos que no se dejaban atrapar, tengo mis estrechos muslos destrozados, y ni hablar de mis debiluchos brazos que tuvieron que sujetar las cadenas paseadoras, sufriendo de jalones; parecía que yo estaba bailando música country. Luego el domingo la hice de niñera de Erick y Anny, unos gemelos de nueve años de edad, que hicieron de las suyas conmigo. Acabe con la ropa manchada de pintura permanente, y sin algunos cabellos.

Muy de mañana, tuve que recoger a mi mamá, frente a licorería. Por supuesto, borracha. Terminé llegando tarde a mi primera hora de clases. De regalito me dieron una amonestación «Señorita Karen. ¡Camine a la dirección, ahora mismo!». Me dijo la directora, mientras se le encrespaban las pestañas de la ira.

Ah también me dormí en el transporte escolar de regreso a mi casa. Acabo de ver mi baba fotografiada sobre el asiento, pues la foto ya está colgada en el Facebook de varios alumnos de mi escuela.

Pensar que solo tengo dieciséis años. Será que podrá ocurrirme algo genial como ¿qué me rapten los extraterrestres?

A la hora de la cena mi madre y yo tuvimos una conversación abierta. ¿Sabes no? de esas dónde uno se grita cuestiones reales, sin mucha anestesia.

Empezó a llorar; lavaba un plato y lo colocaba sobre un escurridor de rejillitas blancas, y entre las maldiciones hacia mi padre y su pareja gay, me dijo «Lo siento mi pequeña, he sido muy egoísta contigo».

Me enfurecí con ella, porque aunque fue la primera vez que escuchaba sus disculpas, ¿qué hago yo con eso? Lo que quiero es cambios. Así que le dije «Mamá no quiero tus disculpas, lo que quiero es que dejes de beber como si se acabara el mundo, y que te hagas cargo al menos de ti misma. De mí, bueno, también sería magnífico».

Luego se sentó y me miró a la cara, estaba roja e hinchada, tal vez se estaba enfermando con tanto alcohol en su sangre. Las arrugas en sus ojos eran muy notables para una mujer de treinta y cinco, y en su mirada se reflejaba una enorme pena. Le dije que no sufra tanto por mi padre, que la vida sigue, y varias frases que leí en mi libro de autoayuda. Mi psicóloga escolar también me ha dado consejos. Nos abrazamos; pero no confiaré hasta verla como antes.

Tal vez mi padre le destruyó sus sueños, y por eso ha estado desorientada. Me ha decepcionado que los adultos no sean lo que creí.

4 respuestas a “Relato: Entre mi almohada y yo

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