Narrativa · Relatos

¿Me pintas de amor?


 

«¡Éste año será increíble!», dijo Anais al ver a través del ventanal de su habitación que el cielo estaba bañado por un azul nítido y brillante; no tuvo más que ganas de capturarlo en una pintura.

Era el primer día del año y acababa de despertar. El reloj daba las diez.

Después de dos tazas de café y tres tostadas cubiertas con jalea de fresa, agarró un lienzo tensado sobre un bastidor, los óleos y los pinceles, y caminó por el amplio terreno de la casa de sus padres, buscando el mejor ángulo.

Por el lateral derecho se elevaba una ladera cubierta de flores color rosa, violeta y amarillo; en las que algunos colibrís bailaban robando su néctar. Por la parte trasera de la casa una planicie verde se extendía hasta unirse con el azul del cielo, y unos pocos pinos puntiagudos y de gran altura se asomaban esparcidos a lo largo y ancho. Pero ella se decidió por la vista del frente de la casa, instaló allí sus utensilios y empezó a pintar sobre el lienzo blanco.

Estudiaba dibujo y pintura en Italia, en una reconocida Academia de Artes a la que se había ido dos años antes. A final de cada año tomaba un avión, cruzando el Mar Indico para llegar a su ciudad natal.

Pintó el lago -resplandecía por los rayos del sol-, y a la bandada de aves que había aterrizado para beber agua. Lo que separaba los linderos de la casa del lago era una carretera, por la que eventualmente transitaban vehículos. Y un poco más allá se vislumbraba un grupo de vacas con grandes cuernos, alimentándose del verde pasto. En una ojeada al paisaje, Anais se percató que había un pintor bajo la sombra de un árbol cercano al lago. Estaba sentado, dibujando sobre un lienzo, mirando hacia donde estaba ella. La distancia era de menos de doscientos metros. «¿En qué momento llegó él allí?» se preguntaba. Vestía una bermuda gris que dejaba ver unas pantorrillas robustas y atléticas; una camisa a cuadros, de mangas cortas y ceñidas a los bíceps, que tampoco ocultaba que aquel hombre no solo tenía afición por la pintura sino por los deportes. Era evidente que él debía de estar dibujándola, pero ella no podía verle los ojos ya que estaban cubiertos con la sombra que la gorra le estampaba sobre la cara.

Al cabo de una hora, el joven se quitó la gorra y la agitó con entusiasmo para saludar a Anais. Ella correspondió agitando su mano izquierda, y riendo extrañada. Él tomó su lienzo y empezó a caminar en dirección hacia ella.

—Hola. Veo que coincidimos en que es un bello día para pintar —. Se quitó la gorra tirando la vista hacia el lago.

—¿Tú? —dijo ella mirándolo como si tratara de encontrar en él algo que se le había perdido.

—Sí soy yo. Llegué a la ciudad desde hace una semana. Te vi en varias ocasiones por el centro, y en la fiesta de fin de año pero temía acercarme, sé que soy la última persona que quisieras ver— Sus ojos café eran más transparentes que nunca.

Guardaron silencio unos instantes mientras ella miraba al suelo entre recuerdos, tratando de articular palabras.

—¿Pintabas realmente, o fue un engaño para aproximarte a mí? —Anais usó un tono de acusación. Estaba exasperada.

Rafael viró el lienzo que traía entre las manos, y allí estaba plasmada ella, frente a su casa, con sus rizos recogidos en la coronilla de la cabeza y un delantal plástico sobre su vestido estampado, concentrada en su obra.

—Tomé clases de dibujo apenas llegué a New York, quería sentirte más cerca de mí, y no me equivoqué. Cada vez que hacía un dibujo… una pintura… podía sentir que tú sonreías, podía mirarte sonriéndome — Le explicó Rafael, mientras ella no paraba de admirar el lienzo asido con fuerza.

Sin duda tenía preciosos matices, contrastes y colores. También estaban los pinos alzados tras la casa, y Mechas la gata, sentada a los pies de Anais. Ella sentía al enojo apagándose dentro de su corazón, como si un viento frío pasara por encima de aquellos rescoldos.

Lo miró conteniendo las lágrimas de alegría, y luego sin decir nada, lo perdonó por su ausencia con un abrazo que duró lo necesario para volverse a sonreír.

 

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3 respuestas a “¿Me pintas de amor?

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