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Los lectores beta en el proceso de escritura según Norman Maclean


Me declaro fanática de cualquier nota que el autor coloque al inicio o al final de su libro, ya sea el prólogo, prefacio, agradecimientos, epílogo… Pues siempre se encuentra uno con maravillosas «anécdotas» sobre el proceso de escritura. 

Estos días comencé a leer un libro que me recomendó mi prometido, y después del prólogo me encontré con una de estas notas de autor en la que se nos habla de los lectores beta o beta readers, un término que no lleva mucho tiempo usándose, sin embargo ya desde el año 1976 este escritor daba por hecho con base en su experiencia los beneficios de apoyarse en los lectores cero como también suelen llamarse.

Les hablo de Norman Maclean y su obra: El Río de la vida, una impresionante novela autobiográfica la cual comenzó a escribir cuando tenía setenta años de edad, y acababa de jubilarse por allá por el año 1973, y tres años después The University of Chicago Press decide publicarlo, convirtiéndose hoy en día en un clásico en la narrativa corta norteamericana del siglo XX, llevada al cine en 1992 bajo la dirección de Robert Redford.

Norman Maclean (1902-1990) nació en Clarence, Iowa (EE. UU.)

Maclean logró publicar durante una década difícil para los escritores de temáticas fluviales, en la que no se les daba crédito a libros en los que aparecieran árboles ni cuentos bucólicos, como le dijo en una ocasión un editor que rechazó su manuscrito. Pero él era un amante de los ríos, los bosques y la pesca de truchas, por lo que todas estas pasiones se dejan sentir con un ímpetu lírico entre cada uno de los argumentos de los tres relatos que componen su libro: «el río de la vida», «Leñadores, proxenetas y “tu camarada, Jim”» y, «Servicio Forestal de Estados Unidos: el guardabosque, el cocinero y un agujero en el cielo».

Sin embargo, aunque Norman pescaba desde pequeñuelo (su segundo hogar eran los ríos de Montana, especialmente el Big Blackfoot), había trabajado como leñador en el servicio forestal durante la segunda guerra mundial y tenía autoridad en estas materias, se dio cuenta que durante el proceso de escritura necesitaba la ayuda de expertos en estos temas, así que los buscó. Muchos de ellos por supuesto eran amigos que conocía desde la juventud y con los que había compartido sus aficiones. Luego cuando tuvo listo su primer borrador lo puso en manos de selectos lectores beta o beta readers, que estaban capacitados para criticar con toda propiedad cada una de las descripciones que él había realizado sobre los bosques y ríos de Montana, y sobre la técnica de pesca con mosca:

«Recordé que Sócrates decía que si pintas la imagen de una mesa tienes que consultar a carpinteros expertos para saber si lo has hecho bien. Lo que sigue es una lista de los principales expertos que consulté a fin de saber hasta qué punto había descrito bien la región que amo, la pesca con mosca, los campamentos de leñadores y el Servicio Forestal, donde trabajé siendo muy joven.»

Pero antes de darse cuenta de esto, Maclean estaba como muchos escritores nuevos, asaltado por la inseguridad y desconfianza de sí mismo y de lo que había escrito:

«Actuar en la clandestinidad lo vuelve a uno receloso de sus propios actos, y eso hace que pronto necesite algo parecido a una autorización pública.»

Fue en ese momento cuando decidió leer un fragmento del relato que tenía casi terminado, ante los miembros de un club al que pertenecía llamado los ‘Pensadores’, al que iban solo hombres que en su mayoría eran sociólogos, biólogos y humanistas:

«Se me presentaba una ocasión de huir de la claustrofobia creativa y le dije al secretario:

—Acabo de terminar un artículo que me gustaría leer.

El primer relato que escribí era el que habla de un par de veranos que pasé en campamentos forestales

Le fue tan bien que en otoño lo invitaron a repetir, pero ahora parte del público era femenino:

«Fuimos tan bien recibidos… por el estamento femenino que ya no necesité otro apoyo moral hasta que casi tuve terminado el libro.»

También recurrió a escritores que de jóvenes habían escrito suficientes libros:

«Sin ellos, estoy seguro de que ahora no tendría más que un manuscrito con cuentos infantiles demasiado largos para contárselos a niños.»

Norman Maclean reconoció que no podía faltar un hombre de fe (el padre Peter Powell) entre sus lectores beta, ya que su libro está atado desde su primer párrafo al tema bíblico:

«Recurrí a este hombre excelente, bueno y volcado en su vocación, para que me asegurase que en mis recuerdos todavía hay momentos tocados por la espiritualidad.»

En resumen lo que Norman Maclean nos expone es que las críticas eruditas tienen un valor incalculable para cualquier escritor. Estas sugerencias son las que necesita un primer borrador o manuscrito para nutrirse y evolucionar. Ser cabezotas no es suficiente para alcanzar el éxito.

Cuando Maclean  comparó lo que había escrito antes de implementar las sugerencias de su grupo de lectores beta con lo que resultó después, empezó a desarrollar el buen hábito de escuchar con interés.

Terminó produciendo un título de culto, que se sigue reeditando y no deja de ser tan vivo, sentido, poético y espiritual para cualquier lector de hoy como desde el primer día por más que pueda parecer un tanto anacrónico.

3 respuestas a “Los lectores beta en el proceso de escritura según Norman Maclean

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