
Las trece calabazas forman una perfecta circunferencia sobre la arena, unidas por un grueso hilo de sal. Con su par de huecos negros observan a las víctimas encerradas dentro del círculo, se ríen de ellas con una mueca de inquietante satisfacción.
Hay una olla afuera del círculo en la que se cuecen los restos de varios niños abortados en avanzada gestación, sazonados con cúrcuma, una rama de sauce y siete ranas rojas. Desprende un vapor denso y blanquecino que se eleva hasta las ramas de los altos árboles que se hallan entrecruzadas sobre aquella grotesca escena, dejando ver a ratos el cielo iluminado por la luna llena en su cenit.
Las víctimas son seis vírgenes de no más de trece años, están de rodillas, embobadas bajo el sortilegio lanzado por su mejor amiga de escuela, quien en pie junto a un altar de esqueletos de cabezas de cabras apiladas, pronuncia palabras en una lengua blasfemo mientras empuña una daga de oro.
En ese instante una sombra esbelta y alargada sale del bosque flotando elegantemente sobre el suelo. No se distingue humanidad en ella tan solo sus fulgurantes ojos que parecen arder en fuego.
La joven bruja está sumida en sus macabras fantasías. Saboreando la sangre que será derramada a borbotones de aquellos erguidos cuellos, entregados sin voluntad, para su inminente muerte.
Abre los ojos. Es la mañana del día de halloween y esos son sus planes para la noche. Subirá al nivel dos de bruja por todo lo alto pues el señor infernal aceptará su ofrenda.