Una mujer sale de su trabajo y camina hasta la parada de autobús. Con las manos metidas en los bolsillos del jersey, observa los apagados destellos del sol despedirse detrás de los edificios. Coge un asiento en la ventana y reclina su cabeza en el cristal. Vencida por el cansancio, se duerme, aferrada rígidamente al bolso colgado en su hombro.
A su lado, con sigilo, se sienta un hombre sin aparente aspecto amenazador. Su pierna roza la de ella y él puede sentir como desprende calor. De reojo constata la indefensión de la fémina. Milésimas de segundos bastan para que su mente geste una ninfa desnuda con el rostro de la mujer a su lado, su libido se eleve y se recree en un imaginario violento con escenas pornográficas a las que es adicto. La cosifica. La quiere poseer, como quien ve que su objeto favorito está en oferta. Aprieta los puños que reposan sobre sus cuádriceps; suda, mientras mira el cuello desnudo de la mujer que continúa perdida en un profundo y peligroso sueño.
La mayoría de asientos se empiezan a quedar vacíos, y afuera la oscuridad lo cubre todo.
Los pensamientos perversos del hombre se hacen cada vez más nítidos. Lo embotan. Ni se inmuta cuando la mujer se despierta, nerviosa, mirando por la ventana para descifrar su ubicación geográfica. Se ha saltado tres manzanas. Espera un minuto para la siguiente parada y se levanta con el intención evidente de pasar entre el hombre y el asiento delantero. Él se queda sentado y sus ojos feroces revelan que quiere retenerla, pero ella no advierte sus intenciones. El hombre abre un angosto espacio por el que ella empuja su cuerpo que, inevitablemente, queda al ras del rostro de él. Sus manos ansiosas por agredirla apenas se contienen.
La mujer llega hasta el conductor, en tanto que se abren las puertas del bus. El hombre que la ha seguido con la mirada desde su asiento titubea en darle caza, y maldice por no conocer lo suficiente el barrio en el que ella se quedará. Ella se baja y se cierran las puertas. El hombre se revuelve en su asiento mientras la ve quedarse atrás.
En la acera, un motero solitario, que fuma un cigarro, se voltea hacia la mujer que ahora habla por el móvil con su pareja explicándole el retraso.
Has captado y reflejado a través del sutil suspense el cerco, en efecto, que se suele cernir sobre las mujeres. Gran texto. Saludos
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Muchas gracias Alejandro!
Un saludo enorme 🙂
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Me gusto mucho el relato, está muy bien escrito y el tema es algo que a todos nos concierne. me gustaría que muchas más personas entendieran que la mayoría de los hombres somos aliados en la lucha contra esa clase de agresiones. Siempre he pensado que la fragilidad que reflejan algunas mujeres es una virtud a ser protegida, no una ventaja para aquellos que quieren dañarla. muy buen relato muestra un peligro latente y refleja precauciones que deberían tomarse.
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Muchas gracias Slevink. Me encanta que los chicos puedan leerlo y entender el mensaje. Yo estoy convencida que hay muchos hombres que opinan como tú, conozco unos cuantos que repudian cualquier hecho de violencia contra la mujer. Pero tristemente también hay una buena parte que nos ven como objetos y no nos respetan en ningún ámbito, es muy triste. Esperemos que de aquí a no mucho tiempo las chicas podamos caminar sin miedo. Por ahora nos toca promoveer el cambio. Un abrazo !!
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