
Capítulos anteriores: I
La apretujada ciudad capitalina ya estaba completamente despierta para recibir a Lucía, a Juancho y a Marisela. El espeso frío se apoderaba de sus calles hasta el mediodía cuando el sol posado como un rey sobre la ciudad disipaba la neblina de la montaña que la rodeaba por el sur.
El recién llegado trío parecía polluelos a los que se les había perdido a mamá gallina, y ahora la buscan desesperados. Comenzaron a vagar inflados de esperanzas por encontrar comida y un espacio seguro dónde pasar la noche. Sus aspiraciones no eran más que esas. La ciudad les parecía inmensa brindándoles la sensación de ser libres de sus monstruos familiares pero no ambicionaban nada de lo que sus habitantes bien acomodados poseían.
Los autos circulaban por las amplias avenidas como un extraño río de doble cauce. Lucía se aferró con fuerza a la mano de Marisela, un gesto entendible en una pequeña de 7 años de edad enfrentándose a un lugar no había visto ni en sus numerosos sueños. Ya habían caminado durante una hora, y lo que antes era un conjunto de diminutos edificios que divisaron cuando llegaron a la entrada de la ciudad ahora se iban haciendo más altos y grandes. El hombre que les dio el aventón en su camión de basura desde el poblado hasta el umbral de la ciudad era anciano, delgado, con gafas de lentes gruesos que hacían ver enormes sus verdes y cansados ojos. Éste les dijo antes de despedirse:
«Niños una última cosa les diré. Vayan hacia aquellos edificios»— Señalándoles el centro de la ciudad, mientras los chicos escuchaban y miraban con atención.
El anciano tenía 16 años trabajando en los botaderos de esa zona del país les había aconsejado irse de aquel barrio, ya que sabía bien que la mayoría de los niños del basurero habían terminado en las manos de bandas dedicadas a la prostitución o venta de drogas, y a ellos ya los tenían en la lista, en especial a Marisela quién estaba por convertirse en una señorita de 12 años.
«Allí es dónde se mueve la plata de la ciudad y los negocios de todo el país. Mucha gente va todos los días y es posible que encuentren quién los ayude a cambiar sus vidas. Tengan esperanzas niños, ustedes se merecen un mejor futuro. Dios los acompañe».
Así fue como emprendieron su marcha hacia un mundo desconocido del que pronto conocerían la frialdad.
Una mujer joven y esbelta, de piel blanca que parecía sufrir del mal de piernas inquietas, estaba de pie en el último puesto de una fila de personas que como ella también esperaban la llegada del transporte público para dirigirse a la zona empresarial de la ciudad. Dio un respingo cuando los tres pequeños se acercaron a ella, parecía que acababa de encontrar unos repugnantes gusanos dentro de su desayuno. Marisela le clavó la mirada y la mujer no logró mantenerla estremecida de temor. Nadie podía intimidar a Marisela, ella había vivido muchos abusos de su madrastra la cual la había empujado fuera de la casa el mismo día que su padre murió a causa de un cáncer de colon. Y ya no se permitía ser humillada por nadie y mucho menos por una mujer de revista de modas. Otras personas de la cola comenzaron a darse la vuelta dándoles la espalda a los niños. Como era natural el hedor a desechos de basura tornaba más difícil el contacto de ellos con la sociedad.
—Esa vieja nos miró mal, provoca arrancarle los ojos.
—¿Cuál? —preguntó Lucía volteando a mirar la fila de personas.
—Ya no importa Lucía. Creo que la gente de aquí me va a gustar tanto como un puñetazo en el estómago. —respondió.
—Greñas pero ésta gente se ve que es de la alta —dijo Juancho—. Su ropa es limpia y bonita, nosotros nunca habíamos visto nada de esto allá en nuestro barrio.
—Sí, seguro se lavan el culo todos los días, eso es lo único que les envidio —respondió Marisela.
Juancho y Lucía comenzaron a reír sin parar. Juancho con su acostumbrada risa de cuando el chiste era demasiado bueno, como una canción de un disco rayado que salta y a veces se queda pegado; y la pequeña Lucía con su risa aguda, que contagiaba a Marisela provocándole grandes carcajadas.
NIÑOS DE LA CALLE. Fue un mundo de realidades que vivi en un programa en colaboracion con el INAN y la alcaldia de caroni cuando Pastora Medina era alcaldesa. En mi comunidad teniamos un grupo que denominabamos Grupo de rescate IMPERIAL. No fue facil, teniamos que enfrentar bandas que utilizaban niños para traficar con drogas. Mi mayor satifaccion es verlos ahora como ciudadanos decentes que han seguido la tradicion de rescate.
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