Mi razón para celebrar el catorce de febrero no tiene nada que ver con San Valentín.
Siempre fui reacio a que existiera esta fecha ya que en el fondo, como a la mayoría de los hombres, odio sentirme obligado a ser romántico y cursi. Es un peso terrible tener que comprar el obsequio perfecto, preferiblemente acompañado de un descomunal ramo de flores, para llevárselo hasta su lugar de trabajo, y tener que compartir fotos con mensajes empalagosos en Facebook.
De soltero también era molesto. Enterraba la cabeza como un avestruz, pues parecía ser un pecado no tener novia para esa fecha. Era como estar maldito. Así que detestaba ese día, tuviese novia o no.
Pero desde hace doce años cuando la conocí a ella, tengo un motivo real para festejar cada catorce de febrero.
Madrid estaba arropada por un manto blanco debido al temporal de nieve que nos había tomado por sorpresa al inicio de mes. Yo caminaba por la Plaza de las Cortes dejando visibles mis pisadas sobre la nieve cuajada. Me dirigía al Teatro de la Zarzuela, en dónde esa noche sería el estreno de mi primera obra lírica. Ni el helado viento de ese catorce de febrero podía contrarrestar el calor que irradiaban mis venas. Mi carrera como actor y cantante de ópera estaba a punto dar un salto transcendental y eso me tenía agitado.
De repente me detuve a cierta distancia del monumento de Miguel de Cervantes para observar de soslayo como una chica, cuyo abrigo de colores parecía un arcoíris en medio de aquella tarde, se levantaba del suelo empuñando con sus guantes color naranja una bola de nieve lanzándola como toda una atleta olímpica hacia la ilustre cabeza del novelista. Los trozos de nieve se desperdigaron por encima del enmudecido Cervantes, y la chica se reía victoriosa. Luego agarró otra pelota de nieve y repitió la dosis… mientras yo apenas podía contener la carcajada que me provocaba escuchar las suyas.
De repente se volteó y me atrapó mirándola. Me intimidé ante sus radiantes ojos…
Tenía la nariz tan roja como sus labios.
—¿Qué te hizo Cervantes para que lo tortures de esa manera?
—Es que odio a los hombres con mallas.
—Oh, vaya. Menos mal que yo no llevo mallas.
—¿Seguro que no llevas?
Nunca antes había palpado el placer de sonreír con el alma.
Recogió un montoncito de nieve y me lo colocó entre las manos, retándome a que me atreviera a golpear en el pecho a Cervantes. Tiro tras tiro, risa tras risa, el frío comenzó a obligarnos a seguir nuestros caminos, que terminaron siendo los mismos.
—Voy al teatro, ¿y tú? —dijo ella.
Había notado que ella llevaba un violín arremangado a su espalda.
—Ah, eres de la orquesta sinfónica.
—Sí, tocaré en la obra que se estrena hoy.
Caminamos hacia la calle de Jovellanos. Parecíamos tan íntimos… queríamos contarnos la vida entera en aquellos escasos minutos… ella preguntaba y luego yo, pues teníamos infinitas ansias de descubrirnos.
La obra fue un éxito de taquilla, y ella brilló entre los demás violinistas pues tocaba con pasión y total entrega .
Todos los catorce de febrero celebro la dicha de haberla encontrado, pero el amor que nos tenemos lo celebro los otros trescientos sesenta y cuatro días del año.
Jhoanna Bolriv
Que orgulloso me siento de tus palabras mi cielo y de haber leído uno de tus mejores relatos. Una preciosidad!!! Que nuestro amor te haya inspirado para escribir unas líneas así…es tan hermoso. No tengo palabras.
Y no se te resiste ningún género!!!! jajajaja Has conseguido un perfecto clima de amor y pasión entre los dos personajes (esa conversación frente a la estatua de Cervantes es breve pero intensa) y además con ese toque divertido tan tuyo…
Mi día del amor más feliz!!!! Te amo vida!!!
Me gustaMe gusta